miércoles, julio 09, 2008

La batalla del café

Luego de días bipolares, de engancharme con cuentos, de acostumbrarme a dormir más, de arreglar la bicicleta, de renegar de más, de programar películas, de renuncias, y de más cosas.

Ya, cállate. Pero hay momentos (instantes nomás, que por cierto coinciden con estos días) como los escritos así:



Jaime prometía no ser serio. Yo me negaba a serlo. Estaba harta de seriedad, de profundidad real o supuesta, de amores responsables. Quería volver a jugar a las muñecas y dejar de ser muñeca. No quería adorar ni que me adoraran; no quería más pisotones. Quería ser mujer sin sentir que ser mujer era sólo el epílogo de lo filial y el prólogo de la maternidad. Quería ir descalza por la hierba y no ser señora. Jaime era casi el condiscípulo, el muchacho, el hombre que hace chistes, que no me desprecia ni me venera. Era divertido coquetear, entibiarme, luchar con sus ojos

"La batalla del café"

La batalla del café
José b. Adolph